Miguel Tirado Rasso
Cada quien a su estilo, pero con más semejanzas que diferencias, ambos con una actitud autoritaria y despótica, que no admite críticas ni cuestionamientos, los presidentes de los EUA, Donald Trump, y de Venezuela, Nicolás Maduro, coinciden en su desprecio, rechazo y combate a la prensa independiente, a la que no acepta ni se somete a la “verdad oficial”. A la que no se intimida ante las amenazas; a la que informa y orienta de manera objetiva; a la que exhibe y denuncia los abusos, las injusticias y las transgresiones de los hombres del poder. A ese periodismo de investigación que desenmascara personajes.
Sucede que en Venezuela, en el contexto de la crisis que padece ese país, las autoridades han llevado a cabo medidas represivas en contra de los medios de comunicación, internacionales y locales, que registran y publican hechos que no convienen a su gobierno.
La semana pasada, la Comisión Nacional de Telecomunicaciones canceló la señal de transmisión a la cadena norteamericana CNN en español, por supuestamente atentar en contra del gobierno, al publicar una investigación sobre la venta de pasaportes venezolanos en varios países del medio oriente, en donde aparecen implicados el vicepresidente Tareck El Aissami y otros funcionarios del gobierno. Además, de sacar del aire, también, al canal de cable TV Azteca, bajo la acusación de “estar al servicio de agencias políticas militares de EUA”, por reproducir el material de CNN.
En el pasado han negado la entrada al país a corresponsales extranjeros y las deportaciones están a la orden del día. Editores de periódicos han sido demandados por publicar reportajes sobre funcionarios acusados de narcotráfico o arrestados por publicar investigaciones sobre corrupción. La ofensiva contra la prensa, el año pasado, la justificaban bajo el argumento de que las agencias de noticias libraban una guerra de medios en contra del presidente Maduro. (Financial Times)
Por su parte, el mandatario estadounidense, Donald Trump, no oculta su desprecio hacia los medios que no comparten “sus verdades” ni festejan sus ocurrencias. Si bien, el magnate inmobiliario, no llega a los extremos de su colega venezolano, si se encarga de hacerles sentir su poder a los periodistas al no permitirles la palabra y admitir la intervención, en sus conferencias de prensa, únicamente a quienes él considera “periodistas amigables”, a aquéllos no le formulan preguntas incómodas.
Como pocas veces se ha visto, en los caso de las conferencias de prensa del presidente de un país, Trump atiende sus entrevistas con los medios sin estar suficientemente preparado para posibles cuestionamientos, inclusive sobre el tema de la entrevista, ya no se diga de otros temas que están en la agenda. Por eso, cuando lo cuestionan, se molesta al no tener argumentos para defender su postura y simplemente responde que es la información que le proporcionaron, y se acabó el debate. No hay aclaraciones ni menos rectificaciones.
Con una irresponsabilidad, inaceptable en el mandatario de una nación y menos en el presidente de la máxima potencia mundial, con frecuencia sus declaraciones y afirmaciones carecen de sustento y son producto de apreciaciones personales que nada tiene que ver con la realidad.
Su ofensiva contra la prensa no llega a los arrestos, detenciones o demandas a periodistas, como en el caso de Venezuela, aunque no creo que tenga descartadas otras medidas, que le son tan atractivas como las deportaciones o la prohibición de la entrada al país de periodistas extranjeros, por “razones de seguridad nacional.”
Por lo pronto, Trump no oculta su rechazo a los medios que lo cuestionan, y se encarga de identificarlos: The New York Times y las cadenas NBC, ABC, CBS y CNN, a quienes define como “el enemigo del pueblo americano”, acusándolos de distribuir información falsa y deshonesta. Tampoco la lleva bien con el Washington Post, cuya exclusiva provocó la renuncia del Consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, por haber mentido sobre sus conversaciones peligrosas con el embajador ruso en Washington.
Seguramente, alguno de los cinco medios aludidos por Trump ya ha asignado a sus reporteros órdenes de trabajo para dar seguimiento a alguno de los temas sensibles en la vida del magnate. O, quizás les lleguen filtraciones, que ahora están tan de moda al interior de su gabinete, que den pauta para alguna investigación periodística letal. Material no falta.
Por ahí están, entre otros, porqué la resistencia de Donald Trump para hacer pública su declaración de impuestos, algo que en su momento todos los candidatos presidenciales de aquel país lo hicieron en los últimos 40 años. Qué hay detrás de la exención fiscal que le permitió no pagar impuestos durante un período de 18 años. Qué hay en el fondo de los ciberataques rusos y qué peso tuvo ese hackeo en los resultados de la pasada elección presidencial. Y qué tanto se ha deslindado, realmente, de la operación de sus empresas, cuyo manejo, dice, habérselo entregado a sus hijos y en qué medida su cargo las está beneficiando.
En fin, que la guerra que le ha declarado a los medios le va a costar al presidente norteamericano mucho más dolores de cabeza de los que se imagina. Y apenas cumplió un mes en la Casa Blanca.
Febrero 23 de 2017