TEMAS CENTRALES: Los candidatos y sus circunstancias


Miguel Tirado Rasso

mitirasso@yahoo.com.mx

El primer debate entre los candidatos a la silla presidencial, se llevó a cabo, en lo que se percibe hasta el momento, con un impacto menor a las altas expectativas que se tenían y que apostaban a un cambio más o menos brusco en el tablero de posiciones. Pronto veremos que dicen las encuestas sobre este punto. Y es que, aún con el diseño de un formato más ágil, que permitió una mayor interacción entre los candidatos y los moderadores, con formulación de preguntas, réplicas, precisiones y, hasta ocurrencias, resultó complicado por la limitante de los tiempos asignados a cada participante y el número de estos, cinco, que restó dinamismo e impidió fluidez y continuidad en sus intervenciones.

Sin duda, hay avances respecto de los debates presidenciales del pasado que resultaban monólogos acartonados, con un sobre proteccionismo inexplicable de la imagen de los participantes, que impedía al televidente ver las reacciones y el lenguaje corporal de los candidatos cuando se hacía alguna referencia a ellos. Detalle no menor, porque se suponía que estos ejercicios tendrían la intención, precisamente, de permitir un mejor conocimiento de los aspirantes y, cómo tenerlo, sin visualizar sus reacciones naturales.

Este es el debate con mayor audiencia en la historia. 11.4 millones de personas mayores de 18 años lo vieron, de acuerdo a mediciones de  Nielsen IBOPE. El acceso se diversificó por las redes sociales, 4.8 millones de reproducciones en Facebook; 950 mil espectadores en twitter y fue trending topic, a nivel mundial, según informó el consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova.

Como ya es costumbre en nuestras contiendas electorales, no hubo perdedores, y los cinco candidatos se declararon vencedores del debate. Unos con mayor énfasis que otros. Resulta difícil señalar un ganador, porque cada participante tenía su objetivo, de acuerdo a su circunstancia, y sólo ellos, en la intimidad, determinarán si lograron o no alcanzarlo. Para el puntero, evadir los golpes y salir como fuera del compromiso sin raspones, era suficiente. Para los candidatos ubicados en la segunda y tercera posición, ganar puntos para disminuir la distancia con el primero y afianzar el segundo lugar. Y para los candidatos independientes, simplemente hacer presencia y quizás llamar la atención con alguna ocurrencia. Su escasa competitividad no da para más.

Podríamos decir que todos los participantes, candidatos y moderadores, cumplieron con su papel, o casi. Se pronosticaba que contra el puntero se enfilarían las baterías de los demás contendientes, y así sucedió. Y aunque el candidato de Morena y socios se quejó de que “le echaran montón”, como si se tratara de un complot, no era una cuestión personal, de la misma manera le habría ocurrido a cualquiera que apareciera encabezando las encuestas.

Andrés Manuel López Obrador se vio incómodo, evasivo y poco interesado en el encuentro. Si los demás contendientes se prepararon y preocuparon por hacer un buen papel, el tabasqueño había expresado, con anterioridad, su desdén por el debate, señalando que no necesitaba prepararse y que ese tiempo lo dedicaría a llenar el álbum Panini de estampitas, con su hijo menor. Y así le fue.

Está claro que estos eventos no son su fuerte, y lo sabe bien. De haber podido, no se habría presentado. Asistió, ante la experiencia del tropiezo que le significó su inasistencia al primer debate presidencial el 25 de abril de 2006, que le significó la pérdida de varios puntos en las preferencias de la ciudadanía, lo que, se dice, contribuyó a su derrota en su primera incursión en la carrera presidencial.

Ahora, en su tercer intento, el panorama se muestra favorable a sus aspiraciones. La delantera, según las encuestas publicadas, le dan una cómoda ventaja que tiene que cuidar y los debates resultan siempre un riesgo para su proyecto. Como no puede excusarse de asistir, sólo le queda aferrarse a su guión: no entrar en polémicas, mantenerse sereno e insistir en sus dichos y ocurrencias, para librar el compromiso de cualquier manera. En el encuentro del domingo pasado, se le vio hasta molesto, y no lo pudo ocultar. Llegó sin saludar a nadie y se retiró, con prisa, casi antes de que se cortara la transmisión, ignorando a todo el mundo. Aún le faltan dos debates más, que lo pondrán a prueba.

Para Ricardo Anaya y José Antonio Meade, el tiempo apremia. Si se atiende a las encuestas, su distancia con el puntero les obliga a revisar sus estrategias y a tener una mayor creatividad en sus actos de campaña y comunicación con los electores. En el caso del candidato de la Alianza Todos por México, José Antonio Meade, su circunstancia es más complicada y quizás, tendría que considerar, además, modificar su discurso y hacer algún ajuste en su equipo, antes de sea demasiado tarde.

 

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