Carlos Ramos Padilla
Macabro, de terror, de horror, más allá de cualquier narración cargada de maldad y patologías, pero así sucedió, lo que escuchamos de parte de la fiscalía del Estado de Jalisco en relación a la muerte de tres estudiantes de cinematografía, es como para quedar marcado de por vida. Por la narrativa podemos imaginar el drama y minutos finales que vivieron estos muchachos antes de ser asesinados porque los sicarios de un cártel los confundieron y sólo por filmar en una propiedad en donde antes los mafiosos habían tenido actividades. Les torturaron y al matar a uno dieron la orden de eliminar a los otros dos para no dejar testigos, luego fueron entregados a un «cocinero» para disolverlos en ácido. Y resulta que ese «pozolero» que ya había desaparecido a por lo menos dos personas más con anterioridad, era rapero en redes sociales con temas de drogas y violencia. Este evento ha elevado a niveles extremos la indignación, otra vez, nacional. Pero los poderosos en los niveles de decisión del gobierno andan en otros temas, este resulta un caso más, nada aislado, del crimen en México. Volvemos a constatar la fuerza de los criminales, la ausencia de inteligencia del Estado para prevenir, el descaro con que confunden a ciudadanos libres con enemigos y así como así los asesinan, la impunidad en que quedan muchísimos crímenes y la salida fácil de los funcionarios responsables » no voy a renunciar». ya algunos candidatos a puestos de elección incluso presidenciables, se montaron en este caso para justificar sus propuestas y hablar de lo que no hay hecho, acabar con la complicidad entre burócratas y asesinos. Y dentro de esta cruel historia lo que también indigna es que alguien se preste a disolver a seres humanos en ácidos por tres mil pesos el cadáver. Una vez más estamos colocados como país en el más brutal salvajismo que quiza, y es duro decirlo, ni Pablo Escobar Gaviria hubiera planeado.