La deuda histórica de México con las trabajadoras del hogar


*En el país hay 2.5 millones de empleados del hogar

*La ley les exige 12 horas diarias de trabajo

Por Carlos Trejo Serrano

México, 30 Mar 2017.- En sus manos sostiene un folleto que expone la importancia de que México ratifique el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), pues las trabajadoras del hogar podrían, como tantos otros empleados, gozar de los derechos a la seguridad social, un salario, vivienda y retiro digno.

“Ojalá se ratificara (…)”, pide la señora María Gabriela Ramírez Cruz, quien ha dedicado 35 años de su vida a asear los hogares de sus empleadores, e incluso a cuidar niños, personas enfermas y con alguna discapacidad, sin tener un contrato y en condiciones de precariedad, bajos salarios y nulas prestaciones laborales.

Sentada en una de las bancas del Jardín Pushkin, ubicado en la Colonia Roma Norte de la Ciudad de México, muestra el folleto del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (Sinactraho), la primera agrupación en su tipo instalada en 2015, que orienta y busca cambiar todas esas condiciones “infrahumanas”.

En el impreso también se ve el dibujo de una mujer que da la espalda mientras permanece de pie y, al mismo tiempo, en sus manos lleva dos baldes de agua. Aunque es imposible mirar su rostro, puede percibirse su cansancio. Éste es, quizá, el escenario de muchas de ellas.

En México existen casi 2.5 millones de personas trabajadoras del hogar, de las cuales 90 por ciento son mujeres, revela el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

La cifra global representa casi cinco por ciento de la población ocupada en el país. Solo dos por ciento son trabajadores formales, es decir, tres de cada 100 tienen acceso al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y al Sistema de Ahorro para el Retiro, por su trabajo.

Sin embargo, el Inegi revela que el porcentaje de formalización ha disminuido casi a la mitad, al pasar de 5.15 por ciento, en 2005, a 2.65 por ciento, para 2015.

Este asunto es el que más preocupa a Ramírez Cruz, una mujer de 45 años de edad, 1.40 metros de altura, delgada y tez morena clara. Sencilla en su vestir, pero segura en hablar del tema porque ahora es también promotora de los derechos laborales.

“Nos interesa contar con seguridad social porque parte de nuestros derechos están ahí”, enfatiza, al explicar que la mayoría de ellas dejarán de trabajar al llegar a la edad adulta sin recibir una pensión o posiblemente decidan seguir en la misma u otra fuente laboral informal.

Leyes inequitativas

La situación es preocupante porque “en México no hemos sido capaces, ni en términos sociales ni de políticas públicas, de reconocer el valor de su trabajo y de remunerarlo de manera equitativa”, reconoce Alexandra Haas Paciuc, presidenta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred).

Señala que la Ley Federal del Trabajo (LFT), aprobada en 1970, reconoce solo algunos de los derechos de esta la población. Los artículos 21, 76, 87 y 170, por ejemplo, establecen que haya un contrato escrito, vacaciones pagadas cada año para quienes tengan más de 12 meses de servicio, aguinaldo de por lo menos 15 días de salario, licencia de maternidad e indemnizaciones.

La funcionaría acota que si bien estos derechos existen, lo conveniente es ejercer más presión para hacer cumplir las obligaciones de los patrones; sobre todo porque todavía nueve de cada 10 trabajadores carecen de un contrato formal y muchos terminan el año sin aguinaldo.

A esto se le debe sumar que el capítulo XIII de la LFT expone una serie de artículos discriminatorios. El Artículo 334 reconoce que hasta 50 por ciento de la retribución del trabajador puede ser en especie -alimentación o habitación-, lo que resulta excesivo en términos de la OIT, organización que recomienda como máximo 33 por ciento.

Mientras que el Artículo 333 establece una jornada diaria de hasta 12 horas, pues sugiere nueve horas de descanso consecutivo y tres horas a lo largo del día. Esto es contrario a las ocho horas que están estipuladas para muchos trabajadores y, en caso de trabajar una más, debe tener un pago extra, acentúa.

Haas Paciuc refiere que el otro obstáculo está en la Ley del Seguro Social, porque las excluye de la inscripción obligatoria, es decir, para ser dadas de alta implica hacerlo de manera voluntaria y no contempla el acceso al Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit).

Tampoco incluye preexistencias médicas ante cualquier enfermedad, secuela de accidente, cirugía u otra condición de salud, uso de las guarderías ni ayuda económica (pensión) después de concluir su vida productiva.

Todo esto era ignorado por María Gabriela, la mayor de ocho hermanos, pues -cuenta- murió su papá cuando ella apenas tenia 15 años de edad y abandonó la preparatoria para hacer lo mismo que su mamá: trabajar en las casas.

A su corta edad asumió la responsabilidad de dar sustento, alimento, vivienda y estudios a sus hermanos, de quienes -dice- le costo demasiado separarse porque su primer empleo fue de planta. “Pero le eche ganas porque un día me llamó mi hermana para decirme que no tenían nada para comer”, expone entre lágrimas y la voz cortada.

Su hija Elsa Gabriela, de 18 años de edad, es hoy su “motorcito” de lucha. Ella la llevó a los talleres de derechos humanos laborales impartidos en el Sinactraho, le pidió pelear por todo lo que corresponde como trabajadora y la apoyó para terminar sus estudios de nivel medio superior en tan solo dos meses (2015).

“Me siento como si mis alas se hubieran abierto después de desconocer tanto. Trabajar en una casa es estar en un lugar cerrado, sin información ni oportunidades. Era simplemente la empleada, la gata o la sirvienta y entonces dejas a un lado todos los sueños”, comenta.

Se estima que 35.6 y 33.6 por ciento de las trabajadoras del hogar remuneradas culminaron la secundaria y la primera, de manera respectiva, y 23.8 por ciento tienen la primaria incompleta. Solo 6.9 por ciento hicieron estudios de nivel medio superior y superior.

La deuda histórica

Hay países que llevan a México una delantera muy notable en el respeto que brindan a las trabajadoras del hogar. Para darse una idea, indica la presidente del Conapred, el sindicato de trabajadoras del hogar de Argentina fue fundado en 1926 y en México surgió en 2015. “Tenemos casi 100 años de atraso en reconocer sus derechos”, expone.

El primer Congreso de Trabajadoras del Hogar, donde fue conformada la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar (Conlatraho), tuvo lugar en Bogotá, Colombia, en 1988. Ahí se instituyó el 30 de marzo como Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar.

Tan solo el Convenio 189 ha sido ratificado por 23 países, de ellos 12 son de América Latina: Ecuador, Chile, Uruguay, Bolivia, Colombia, Argentina, Costa Rica, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Portugal, República Dominicana.

“México es el único que no ha ratificado el convenio y no sabemos por qué. Se han mandado más de 10 exhortos desde 2011 (…), pero hasta ahora no hay nada”, expresa la señora María Gabriela.

Haas Paciuc considera que el país tiene de otros un ejemplo de muchas buenas prácticas en la materia que puede retomar, y resalta que la iniciativa de OIT es importante porque conjunta todos los derechos en un único documento jurídico, entre ellos medidas de protección con la violencia y una edad mínima de contratación, y es además un esfuerzo simbólico para cambiar la narrativa.

Para lograrlo, opina, es necesario encontrar una viabilidad técnica para dotar de recursos económicos al IMSS, a fin de dar cabida a todas las trabajadoras del hogar, y hacer un cambio cultural de raíz porque también se trata de un problema de discriminación estructural.

Es un grupo muy vulnerable porque está integrado por mujeres indígenas, migrantes, madres solteras, de escasos recursos y, en algunas ocasiones, carecen de lazos familiares o son menores de edad. “Es realmente un grupo históricamente discriminado y están en una situación de desigualdad ante el empleador”, remarca.

Ramírez Cruz dedicó 35 años de trabajo a la misma familia. Narra que primero cuidó a un adulto mayor con problemas de salud y, después de fallecer, apoyo a otro integrante que sufrió cáncer. “Fue muy desgastante porque pasaba todo el día: mis horas de descanso, de sueño y fines de semana”, detalla.

Cuatro años después trabajó con la nuera y la cuñada. “Unos días iba con una y otros con la otra, a veces se peleaban porque me necesitaban y tenia que estar en dos casas el mismo día”, expone.

“Ahora veo que fue un abuso porque me tenían como su propiedad, pero lo hacia por la necesidad de apoyar a mis hermanos”, insiste, al recordar que la única ocasión que faltó fue porque sufrió una lesión en el cuello y la columna después de cargar a uno de los enfermos y pudo quedar paralítica, de acuerdo con el diagnóstico del doctor.

En ese entonces se tuvo que ausentar casi un mes para recuperarse, pero sin apoyo médico y “solo me dieron 50 pesos para las medicinas, cuando gaste más de 800 pesos”. En Navidad había quien le daba una semana de aguinaldo o como gratificación una blusa, una caja de galletas o un obsequio para su hija.

La única vez que le pidieron irse de vacaciones es porque tuvo que acompañarlos a Chiapas y la encomienda fue estar al pendiente de una familiar en silla de ruedas. “Todo el tiempo me la pase detrás de la silla, no disfrute nada”, dice.

Hoy, la señora María Gabriela asegura conocer sus derechos y lo que le corresponde por ley, lo que le permitido negociar sus nuevas ofertas de trabajo, cobrar lo justo y un poco más por el quehacer extra. Después del terremoto de 1985 adquirió, en conjunto su mamá, una casa en pagos y apoyo a sus hermanos para concluir sus estudios.

Su siguiente proyecto es estudiar Sociología en alguna universidad. “Sé que estudiar es carrera me permitirá conocer más a la sociedad y ayudar a mis compañeras a exigir sus derechos”, añade.

Antes de guardar su folleto, se alcanza a leer que exhortan a ser llamadas trabajadoras del hogar porque consideran ofensivos los términos “servidumbre” y “doméstica”. El primero tiene su origen en el feudalismo (en la Edad Media) y no corresponde al contexto actual, mientras que el segundo alude a una forma de pertenencia.

 

NTX/CTS/EVG/DIV16
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