Albores, entre la tragedia y la farsa.


El sábado pasado en Tuxtla Gutiérrez, se evidenció una vez más la tragedia priista: acarreo, engaño, lugares comunes, posicionamientos vacíos, y algo no calculado, el desaire. El Senador Roberto Albores Gleason, creyó lo que muchos aspirantes a gobernar suponen: ser la respuesta del presente al futuro.

Organizó un evento como hace 30 años. Se dejó arrastrar por los coros que enaltecen su autoestima. Cálculos que sobreestiman al aspirante y sus capacidades, ante una dirigencia  concertadora de apoyos frente a servidores públicos, y una militancia muy exigua, casi inexistentes.

La tribuna del estadio Víctor Manuel Reyna no fue llenada, porque la gente arribe en forma unipersonal, distendida y sabedora que serán 90 minutos su diversión; al futbol, concurren con su camiseta preferida, ya golpeada por el uso insistente. No fue así la concurrencia del sábado.

Llegó por grupos en autobuses, combis y redilas, en acarreo evidente. Las camionetas eran nuevas; llenas del motivo del senador; sobrepuestas a la camisa sudada del trabajo o de la blusa de la faena doméstica. Llegaban muchas mujeres y con hijos.

La gente comenzó a llegar desde las 5 de la mañana de municipios, barrios y colonias: y no sabía a qué hora comenzaría el evento. Apenas una botella de agua sin refrigeración a 30 grados; el lunch es una promesa incumplida, si el estómago protesta a tiempo. Lo peor: la gente no sabía a qué fue al estadio; si sabía que los había invitado PROSPERA, pero no sabía quién es Roberto Albores Gleason, mucho menos que es legislador. Lo sabían los patrocinadores que no tenían rostro, los organizadores que veían un Waterloo de frente y los operadores que corrían ante la desesperación de sus jefes.

Chiapas sin Censura transmitía en vivo la tragedia y la farsa. Los reporteros fueron agredidos por personal de seguridad del evento; los sacaron a la fuerza del estadio. Evidenciaban lo que todo mundo sabe. Mutilaron su trabajo. Se comenzaron a sumar el apoyo de periodistas locales.

A punto de llegar el senador y rindiera su informe anual, lo que a nadie importaba, la tribuna estaba nítidamente desairada; peor aún, la gente comenzó a salir de forma masiva, en medio del himno nacional. No había una estrategia de los adversarios puesta en marcha, ni contrainteligencia partidista; solo había desesperación de la gente después de seis horas de espera y el bochorno abrumador del calor tuxtleco. Nuevamente la falta de respeto al invitado, al ciudadano. El senador piensa en su estrategia y su futuro; no en la gente.

 

 

¿Quién escuchó el informe? ¿A quién sí le importó? Un texto lleno de lugares comunes, de frases apologéticas al poder y de enemigos como los tenía el Quijote, en los molinos de viento. El senador no se conformó con el acarreo, el uso indebido de programas gubernamentales para su evento político, sino se apoderó del derecho de pronunciar un texto irrepetible e irreproducible. Paco Rojas le reprochó en las redes, sobre los empleos que no ha podido impulsar como senador. Es cierto, ni podrá hacerlo aunque tuviese la facultad institucional, pues el típico político que sabe aspirar a ser gobernador, pero no sabrá gobernar. La diferencia la conocen muy pocos.

 

El senador Roberto Albores Gleason tenía la oportunidad de mostrarse diferente. No lo hizo ni lo hace. El pertenece a otra generación a la de su propio padre, expulsado del PRI porque apoyó a “El Padrino” Sabines. No lo entiende. Hace las cosas, como las hizo el otrora también gobernador por dos años.

 

Ahora, 7 expresidentes del Comité Directivo Estatal del PRI: Roberto Domínguez, José Antonio Aguilar, Arturo Morales, Hernán Pedrero, Andrés Carballo, Aquiles Espinosa y Juan Carlos Bonifaz, suscriben su inconformidad a Enrique Ochoa Reza con Albores Gleason por su perpetuación al frente del priismo chiapaneco, sus alianzas políticas con Sabines y Moreira y el bajo posicionamiento priista en la estructura del poder local. El repudio y rechazo internos al punto del colapso.
El joven senador pudo empoderarse como un priista diferente, como buscar ser desesperadamente y sin éxito su dirigente nacional. No pueden, porque no quiere; no está en su naturaleza política. El priismo es el de siempre. Si no hubiese acarreados o corrupción, entonces ya no serían priistas. Tras el evento de Tuxtla, Albores Gleason hoy se placea nuevamente entre la estrategia y la farsa.

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