Si al Presidente le va bien…


Jorge L. Velázquez Roa

@JorLuVR

 

Desde el pasado 1° de julio se ha vuelto común escuchar entre políticos, comunicadores y opinadores el estribillo de “si al Presidente le va bien, le va bien a México” o también “ojalá que le vaya bien al Presidente para que le vaya bien a México”, pero ¿realmente es cierto que si le va bien al Presidente le va bien a nuestro país? Desafortunadamente no es el caso, ni en México ni en otras latitudes y evidencia contundente de ello se puede encontrar fácilmente.

Es natural pensar, sobre todo cuando se ganó con una contundente mayoría del electorado, que si el Presidentelogra sus propósitos y cumplir así con sus promesas de campaña el país estará mejor. Ello deriva esencialmente de la idea que si una mayoría votó por él es porque o bien, fue el que presentó o tuvo las mejores propuestas de campaña o porque era en términos generales el mejor candidato para gobernar y cumplir con las demandas de la sociedad. Sería un contrasentido pensar, en un régimen democrático, que la población otorgaría su voto a un candidato que fuese a empeorar el estado de cosas. Sin embargo, si se piensa que en lugar de ello el voto mayoritario pudo más bien originarseen el desencanto con los partidos y candidatos tradicionales (el “establishment”) y/o el hartazgo con la situación de inseguridad, pobreza y desigualdad, entonces la posibilidad de una mayoría por la opción “del cambio” –independientemente de lo que ello represente– pudoconfigurarse. ¿Cuántas veces no oímos decir previo a la jornada electoral “el menos malo” y no “el que tiene la mejor propuesta”?

Históricamente sobran ejemplos de presidentes y jefes de gobierno que, aun cuando a ellos les ha ido bien al lograr implementar sus ideas y políticas, sus gestiones no se han reflejado en mejores niveles de vida o mayores libertades para su población. Por ejemplo, Stalin, Hitler y Mao pudieron lograr sus objetivos en muchos sentidos, pero todo ello fue a costa de un gran sufrimiento para sus pueblos. De la misma forma, en ejemplos contemporáneos, encontramos personajes como Bashar el-Asad en Siria, Daniel Ortega en Nicaragua o Nicolás Maduro en Venezuela en donde el éxito de estos personajes no representa ningún bien para sus pueblos y para sus países. Habrá evidentemente quien, por cuestiones ideológicas, no quiera ver en estos ejemplos la realidad que día a día vive su población, pero no por ello esa realidad deja de existir.

Todo ello viene a colación porque quienes han padecido estos regímenes saben perfectamente que la suerte del gobernante en turno no necesariamente refleja la suerte de la población y del país. No podemos como sociedad dar por sentado que “si al Presidente le va bien al país le va a ir bien”. En México, es hora de dejar de ser siempre políticamente correctos y pensar que el destino de nuestro país depende únicamente del Presidente en turno. El gobierno es sin duda un actor clave e imprescindible en el desarrollo económico, político y social, pero para que sea un instrumento en ese sentido, la sociedad debe cuestionar, criticar y exigir que el mismo rinda cuentas de su actuar y proceder.

En el contexto actual de nuestro país, el nuevo gobierno está desarrollando y empezando a implementar una serie de políticas que obedecen a la visión e ideología de su líder, el Presidente López Obrador. La legitimidad con lo que lo hace no lo exenta de poderse equivocar y poner al país en la ruta equivocada en términos de sus perspectivas de desarrollo. El que él logre sus objetivos no significa en automático que ello signifique el bien del país.

Dos ejemplos para ilustrar lo anterior. Primero, su decisión de no continuar con la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco ya le ha costado –incluso antes de asumir la Presidencia– mucho al país (se estima que la volatilidad en los mercados accionario y de deuda ha provocado en los dos últimos meses una minusvalía de esos activos por 2 billones de pesos, una mera destrucción de valor) y le costará todavía más (no solo por la mayor prima de riesgo que el gobierno tiene que pagar, lo cual significa mayores erogaciones en intereses de la deuda del gobierno, sino por la incertidumbre creada en general que se refleja en menores inversiones y potenciales demandas de inversionistas). Segundo, y probablemente más palpable para la mayoría de la población, la política de austeridad y reducción de sueldos en el sector público implementada por el nuevo gobierno ahora demanda reducir los sueldos en sector privado para que, según la nueva Secretaria de la Función Pública, se evite la fuga de profesionales del sector público: entonces las nuevas políticas implican una reducción de sueldos para los trabajadores en general en lugar de un incremento en sus niveles de percepciones y nivel de vida (todo lo contrario de lo ofrecido).

Debemos de tener claro como mexicanos que, de continuar en esa ruta errática en términos de políticas, el bien del Presidente no necesariamente significará el bien del país.

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