Entre el respeto y la sumisión


Jorge L. Velázquez Roa

@JorLuVR

Se cumplen dos meses de que el nuevo gobierno tomó las riendas del país. En este tiempo y a ritmo frenético se han anunciado diversos programas y acciones y se han tomado una serie de decisiones que han ido perfilando el tipo de gobierno que tendremos en los próximos seis años. Por el momento el balance no resulta muy alentador. A pesar de la intensidad que el Presidente López Obrador le ha imprimido a su novel gestión, sigue habiendo en el ambiente un halo de confusión e incertidumbre respecto al cómo se están haciendo y se seguirán haciendo las cosas.

Diferentes factores confluyen en la configuración de dicha circunstancia: la falta de planeación (se han anunciado muchos programas, pero ¿alguien ha oído hablar del Plan Nacional de Desarrollo?), la toma de decisiones precipitadas (cierre de ductos de hidrocarburos), la falta de información verificable que sustente las decisiones y que permita verificar los resultados (huachicol e inseguridad, entre muchas otras), la simplificación excesiva de los problemas nacionales (todo es culpa de la corrupción y el neoliberalismo), las contradicciones (Secretarios corrigiendo al Presidente o viceversa), la incompetencia de funcionarios de alto nivel (evidente en el sector energético),  el estilo maniqueísta y redentor (buenos vs malos, corruptos vs honestos, pobres vs ricos, virtuosos vs cínicos), y el sesgo ideológico y nostálgico (todo lo sucedido antes del neoliberalismo era mejor) con el que se abordan muchos de los asuntos de la agenda pública.

Cada uno de estos factores podría ser objeto de un análisis individual, pero prefiero enfocarme en algunas posibles consecuencias. La primera de ellas será en el ámbito económico. A pesar de que el gobierno cuenta con un equipo competente y profesional en la Secretaría de Hacienda (SHCP), los factores apuntados arriba ya están pasando la factura como lo hemos visto con la reducción de los pronósticos de crecimiento de la economía y la baja de la calificación de la deuda de PEMEX. En ambos casos la reacción del gobierno (quitando a la SHCP) ha sido minimizar los hechos y descalificar a quienes se atreven a cuestionarlo (maniqueísmo). En el fondo, esta posición denota un desdén por todo lo que pueda parecer tecnocrático y neoliberal (sesgo ideológico) y un desconocimiento total del funcionamiento de los mercados, los cuales no se guían por buenas intenciones o la “superioridad moral” de líderes políticos. De continuar por este rumbo, la degradación de las condiciones económicas será gradual, pero firme.

Otro ámbito –emblema para el Presidente– en el que se sufre las consecuencias de los factores apuntados es en el de la lucha contra la corrupción. Dado que ésta es la culpable de todo (simplificación excesiva de la realidad), en su nombre se puede hacer todo y nada. Por ejemplo, se pueden tomar decisiones precipitadas como en el caso del cierre de los ductos o se pueden hacer adquisiciones (tanques de transporte de combustibles) y proyectos (selección de Banco Azteca para operar las transferencias de los programas sociales) sin licitar; quien cuestione ese proceder seguramente es corrupto o defiende intereses ajenos. Al mismo tiempo, lejos de fortalecer el Sistema Nacional Anticorrupción, se redujo el presupuesto para su operación (contradicción). También se dio un perdón anticipado a los funcionarios que hubiesen participado en ese tipo de actos (estilo redentor) y se permitió que algunos miembros del gabinete solo hicieran su declaración patrimonial parcialmente pública ¿para qué transparentarla si nosotros somos buenos y tenemos la conciencia tranquila? (maniqueísmo). Finalmente, en el caso de la lucha contra el robo de combustibles, en medio de tanta corrupción, no se ha consignado a ningún responsable… De seguir esa ruta, la lucha contra la corrupción solo quedará en un buen deseo pues la “voluntad” presidencial no bastará para reducirla (ya no se diga eliminarla, como el Presidente ha ofrecido en múltiples ocasiones).

Otra víctima de los factores señalados es nuestra política exterior. Por un lado, se pretende revivir la Doctrina Estrada –que data de 1930– de no intervención y autodeterminación de los pueblos, como si el mundo no hubiera cambiado y nuestro país tampoco (nostalgia por el pasado). Nuestra supuesta postura de no intervención (el ser “neutro” y seguir reconociendo al gobierno de Maduro implica una decisión y una postura en favor de éste) nos está dejando solos en el contexto internacional (a menos que queramos que nuestros aliados sean Rusia, Bolivia, Nicaragua e Irán). Al mismo tiempo, mientras que nos oponemos a la postura de nuestro vecino del norte en el tema Venezuela, le servimos, en el tema migratorio, de tercer país seguro (contradicción), por no decir de patio trasero, para que nos devuelvan a los migrantes mientras las autoridades estadounidenses analizan las peticiones de asilo. ¿Dónde quedaron aquellos patriotas que criticaban la tibieza del gobierno anterior por su postura antes los embates de Trump? ¿Por qué ahora no defienden nuestra soberanía frente al imperialismo? Hoy, Trump nos puede decir que estamos peor que Afganistán y nuestro Presidente opta por decir, parafraseando a un entrenador de futbol, que él “respeta”.

De continuar por la misma senda, nos esperan años muy aciagos.

 

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